En un futuro muy cercano, ya no habrá programadores. No es difícil de imaginar con todos los servicios que utilizan algoritmos de predicción (mal llamados IA) en cada empresa. Prácticamente todo el código está ya escrito, ¿por qué no reusarlo? Habrá algún programador, a muy alto nivel, pero no programadores como los que hay ahora mismo. Será un trabajo muy precario. El mismo software que nos permite escribir más rápido el código como Copilot pronto dará métricas de uso a nuestros jefes para saber si realmente le estamos sacando humo a la máquina o no.
Ser programador se convertirá en algo no muy lejano a esas empresas que resuelven códigos antispam (Captchas) por ti. Si resuelves cierta cantidad en una hora te darán un dólar. La persona solo estará haciendo esa última fase insalvable hasta el momento que tu procesador aún no puede hacer. O que cuesta demasiado tiempo y energía para perder recursos en ello teniendo un humano que lo resuelve en cuestión de segundos.
No hace falta hablar del impacto ecológico que significa usar la IA para todo, además de que sería inútil si no hablásemos también de esos emails, redes sociales y otros servicios que también usamos sin control. De lo que sí podemos esbozar una idea es de su impacto social, que ya lo empezamos a ver sin rodeos. Miles de trabajos perdidos, generación de contenidos sin ningún tipo de sustrato o idea, y una deriva de acomodación de nuestras vidas a la no toma de decisiones. Y no es nada nuevo, solo que la velocidad a la que ocurre se ha incrementado.
Pese a que se esfuercen en convencernos en que se generarán nuevos trabajos, no va a ser así. Esos campos que se dedicaban a labranza o pastoreo y ahora tienen placas solares ya no dan empleo alguno, más que un técnico ocasional o un vigilante. Todos esos trabajos de cara al público tienen los días contados, siendo sustituidos por pantallas que tampoco generarán nuevos empleos, si acaso un número muy reducido de vigilantes de pantallas, también sustituibles por una cámara. La automatización está ocurriendo delante nuestro. Y muy al contrario de lo que algunos utopistas imaginaban no es para hacernos más libres, puesto que seguimos necesitados del trabajo asalariado. No olvidemos que en este mundo la riqueza no se reparte, sino que se acumula.
El problema se agrava viendo el tipo de empleos que se generan, más pensados hacia el que nos visita que a los que vivimos aquí. Llamados empleos-basura, son trabajos destinados a ser temporales, de sueldo mínimo, horas mínimas, y horarios imposibles de cuadrar con los otros trabajos que hay que acumular para salir adelante. No se requieren conocimientos, pero es que en muy poco tiempo no se requerirán conocimientos para prácticamente nada. Todo lo que exista en Internet puede ser creado ya por una máquina: desde los planos de un mueble o un piso, hasta una canción o un texto, o cuadrar las cuentas del último mes. Es cierto, aún no funciona perfectamente, no es fiable y requiere de supervisión; pero el futuro más cercano limará esas asperezas. Y entonces ya no habrá ni programadores, ni recepcionistas, ni conductores, ni diseñadores. Solo un servicio de renting de servidores, que ofrecerá todas esas automatizaciones a un módico precio de suscripción mensual; porque hasta la emulación de lo humano se ha convertido en un mercado.
Y es que ese es el problema, la fetichización de la mercancía, la idea de que todo puede ser vendido, todo tiene valor hasta lo más absurdo imaginable, donde desconocemos las consecuencias de la producción de ese producto y estamos orgullosos de ello. Pero esa dinámica señalada por Marx no tendrá cabida en las situaciones límites de nuestro planeta y del sistema capitalista en el que vivimos. Es por eso que necesitamos un mundo que se desmercantilice. No es necesariamente una vuelta atrás, simplemente repensar como, en un paradigma de inmersión tecnológica total, podemos sobrevivir a costa de esa tecnología en un balance positivo con la naturaleza y contando con quienes habitamos en este planeta y los que vendrán después. Desde luego no es tarea fácil.
El capitalismo quiere imponer soluciones tecnológicas a los problemas que ha generado, pero nosotros como humanos y resistencia activa deberíamos imponernos al capitalismo y sus exigencias. Generar alternativas orgánicas, que surjan de nuestras propias necesidades y no de las del mercado, organizarnos para ofrecer otros paradigmas, no solo en la teoría sino también la práctica. También para enseñar a tomar las riendas de nuestras vidas y no pagar para que otros lo hagan por nosotros. Y será en ese momento que la IA se convertirá finalmente en una herramienta y no una amenaza.
La fotografía de portada en la página de Substack pertenece a la famosa revista japonesa Provoke. No tengo muy claro de quienes son esas series de caras tan interesantes, pero son hipnóticas.